Pujan Korala, un repartidor de Glovo de 22 años, murió el sábado 25 de mayo en Barcelona, atropellado por un camión de basura.
Era de Nepal y no tenía permiso de residencia. Como no podía trabajar, hacía de repartidor con la cuenta de otra persona.
Pujan Korala, el joven muerto mientras hacía un reparto de 5 euros |
El domingo y el lunes, decenas de repartidores protestaron frente a la sede de Glovo.
Dejaron sus bicicletas en el suelo y quemaron sus mochilas de reparto, las mismas que ellos se tienen que pagar.
Los repartidores de Glovo y los de otras empresas similares son la versión más extrema de la explotación de los trabajadores. Son el futuro que se nos viene encima.
Estos repartidores trabajan como falsos autónomos y no como asalariados.
Ganan unos 3 euros netos por pedido, después de descontar las cuotas a la Seguridad Social, el seguro privado que la mayoría de empresas obliga a contratar, el móvil y el transporte.
Utilizan una aplicación móvil para apuntarse en las franjas horarias a repartir. Los servicios se los asigna el algoritmo de la aplicación, según la puntuación de los clientes.
Habitualmente van en bicicleta, aunque pueden ir en otro medio de transporte e incluso a pie. Su actividad es extremadamente peligrosa, porque el algoritmo premia la rapidez en las entregas.
Inspección de Trabajo ha fallado contra Glovo y Deliveroo en Barcelona, Madrid, Valencia y Zaragoza diciendo que son asalariados. Just’eat es la única empresa que los reconoce como tales.
El último eslabón de la precariedad es la del joven nepalí muerto el sábado: un repartidor que repartía con la cuenta de otra persona, sin ninguna protección laboral.
Es una de las pocas opciones de los migrantes sin permiso de residencia. En estos casos, hay amigos que prestan cuentas gratis. Otros las prestan a cambio de cobrar una parte de cada pedido.
Al no estar dados de alta en la Seguridad Social, carecen de la protección vinculada a la cotización como autónomo. Tampoco tienen acceso a los seguros privados que han implantado estas empresas para los repartidores.
En las concentraciones se denunció esta doble explotación gritando: “nativa o extranjera, la misma clase obrera”.
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